Martí
Batres.
La elección presidencial del 2018 se presenta
como un verdadero referéndum, una disputa entre el cambio y la continuidad. Y
todo apunta a que la opción del cambio se levantará victoriosa con el consenso
mayoritario. Trascendiendo las fronteras ideológicas, religiosas, de clase y
hasta partidistas, corre la sensación compartida de hartazgo y la noción de que
algo tiene que cambiar ya en el país.
¿Pero qué debe cambiar? Aun cuando hay un
sentimiento común de urgencia por superar lo existente, es importante precisar
los trazos del cambio necesario de la manera más clara posible. Expongo aquí
una perspectiva del cambio que México requiere.
En primer lugar, tiene que cambiar la forma en
que se gasta el presupuesto. El tamaño del derroche es verdaderamente
irracional. Nada más este sexenio, el gobierno federal pagará 100 mil millones
de pesos en comprar helicópteros y aviones para altos funcionarios de México.
Los sueldos y privilegios de los altos funcionarios son desmedidos. Se calcula
que en seguros médicos privados para ellos se erogan cada año 2 mil millones de
pesos. El presupuesto de un órgano legislativo local como la Asamblea
Legislativa de la Ciudad de México llega a la locura de 2 mil 400 millones de
pesos. Un hospital como el que se construyó en Zumpango, pudo costar menos de
500 millones, pero costará más de 7 mil millones. Por poner unos ejemplos.
El segundo gran problema es el que constituye el
binomio pobreza-desigualdad social. Es inadmisible que México, siendo la
economía número 14 del mundo, tenga a cuando menos la mitad de la población en
la pobreza; oscile entre el primer y segundo lugar en desigualdad del continente,
y se encuentre entre los 20 países más desiguales del mundo.
El tercer problema se refiere a la falta de
crecimiento económico. Salvo pequeños lapsos y saltos, la economía mexicana no
crece. En 35 años ha tenido un promedio de crecimiento del 2 por ciento, el
mismo porcentaje en que aumenta la población. Es la economía latinoamericana
que menos ha crecido en 20 años; la economía más rezagada de los países de la
OCDE y la que más decreció en el 2009.
El cuarto problema de enorme dimensión es la
violencia. En dos sexenios se ha rebasado la cifra de 200 mil ejecutados. De 8
mil homicidios ocurridos en 2007 se llegó a 27 mil en 2011. Y la cifra de
secuestros aumentó en un 30 por ciento del sexenio pasado a este.
Ninguno de los últimos gobiernos ha querido
entrarle a enfrentar los problemas de la corrupción y el derroche y mucho menos
los relativos a la pobreza y la desigualdad. La estrategia para volver a encontrar
un crecimiento sostenido como el que se tuvo a mediados del siglo pasado ha fracasado.
Y las políticas de seguridad han agudizado la violencia en vez de detenerla.
Sin embargo, por fortuna, todo parece indicar
que existe una ecuación para enfrentar esos problemas de manera articulada y
que consiste en lo siguiente:
Disminuir el costo económico de la cúspide del
poder político para recuperar la confianza ciudadana y derivar los recursos
obtenidos hacia el gasto social y productivo. Así no habrá necesidad de
aumentar impuestos y no se provocarán efectos recesivos en la economía. El
aumento del gasto social permitiría disminuir desigualdad y pobreza y aquel
dirigido a los jóvenes y al campo permitiría frenar el proceso de
descomposición y violencia para recuperar la paz. Eso, desde mi perspectiva,
significa el cambio que más necesita México: austeridad en el gobierno,
crecimiento del gasto social, aliento a la economía y pacificación del país. Y
todo parece indicar que sí se va a lograr.