¿Qué le sucedió a Anabel?
En los últimos tiempos, específicamente desde que AMLO asumió el poder en 2018, esta es una interrogante recurrente entre los interesados en la vida pública que además sean lectores de los trabajos periodísticos de Anabel Hernández, quien adquirió fama y prestigio a partir de 2005 cuando publicó su primer libro La familia presidencial, al que siguieron Fin de fiesta en Los Pinos, Los cómplices del presidente pero, sobre todo, Los señores del narco que fue el texto que la catapultó a una de las cimas de las preferencias de quienes intentábamos encontrar fuentes alternativas a los grandes medios cuando aún los portales y sitios de Internet no ocupaban en nuestro país el lugar predominante que alcanzarían poco después.
Recuerdo haber devorado esos libros citados de Anabel. Su lectura era muy fácil y ligera, en especial porque corroboraba los reportajes contenidos principalmente en la revista Proceso (a la que en ese entonces estaba yo suscrita) la cual se consagró en gran medida a investigar e informar sobre los mismos temas que la periodista.
Sus escritos se caracterizaban por contener anécdotas y datos muy picantes y morbosos que se añadían a lo que incluso los medios privados convencionales no podían ocultar por más que lo intentaran: el desastre que significó la llegada de los panistas a la presidencia de México. La esperanza que para muchos despertó Fox cuando fue electo presidente, después de décadas de la hegemonía príísta de la que el país ya estaba harto, se transformó muy pronto en un desencanto mayúsculo debido a las corruptelas y desfiguros de la llamada pareja presidencial, sus hijos y colaboradores y que culminó en una auténtica pesadilla con el fraude electoral de Calderón y su sangrienta guerra de la cual todavía no es posible reponernos.
Tan catastrófico fue ese arribo panista al máximo poder político que, en 2012, al electorado lo último que le vino a la mente fue permitir que llegara de nuevo a la presidencia alguien proveniente del partido blanquiazul cuya candidata Josefina Vázquez quedó relegada al tercer lugar de la contienda.
Esta época panista en la presidencia es la que Anabel aborda más que nada centrándose también, en lo que toca al sexenio calderonista, en la biografía y trayectoria de los narcos.
Sus libros confirman con un estilo narrativo atractivo y ágil la realidad que vivíamos entonces y lo que otros periodistas investigaron (no podemos dejar de dar crédito a investigadores como Jaime Avilés de La Jornada sobre el tráfico de influencias de colaboradores de Fox, la revista Contralínea sobre la empresa Oceanografía y sus vínculos con los hijos de Marta Sahagún, Ana Lilia Pérez sobre los contratos de Juan Camilo Mouriño y otros colaboradores de Calderón para saquear a Pemex, o los numerosos reportajes de la revista Proceso sobre la genealogía, los organigramas, las conexiones de los narcos, sus vínculos con el ejército y la policía federal de García Luna, etc.).
Ya desde ese entonces se escuchaban voces de sus colegas cuestionando sus fuentes y mencionando la falta de rigor periodístico de Hernández. En mi caso personal, esta situación – aunada a que después de leer dos o tres de sus libros empezaron a parecerme repetitivos y carentes de cierta solidez – me condujo a buscar otros documentos, otros autores. Afortunadamente me topé con el trabajo de Luis Astorga, Dawn Paley, Arsinoé Orihuela, Oswaldo Zavala que muestran una perspectiva mucho más rica, profunda y clara sobre el narcotráfico la cual tiene mayor sentido y explica mejor lo que hemos vivido en nuestro país al respecto.
Resulta oportuno e ilustrativo citar lo que señala Oswaldo Zavala en su libro Los cárteles no existen. Narcotráfico y cultura en México:
“En primera instancia, el trabajo de (Anabel) Hernández aparece como un ejercicio de periodismo combativo y crítico del poder oficial, pero su neutralización política ocurre por dos razones esenciales: la primera se debe a su interpretación que categoriza el supuesto poder del Chapo del mismo modo en que lo hacen las fuentes oficiales. Así, Hernández señala a El Chapo como uno de los principales responsables de la violencia del sexenio de Calderón del mismo modo en que lo analiza el exdirector del CISEN. Fue este tipo de análisis que el gobierno de Calderón utilizó para justificar la estrategia de su supuesto combate a las drogas y, al mismo tiempo, exculpar su fracaso…La segunda razón por la cual el trabajo de Hernández queda políticamente neutralizado es de índole estrictamente periodística. Su falta de rigor en las fuentes de información que utiliza vuelve su investigación simplemente inverificable. Sus más graves acusaciones de corrupción oficial están en su mayoría atribuidas a ‘fuentes vivas de información’. El activista y politólogo Andrés Lajous recuerda cómo, en su célebre columna Plaza Pública, el periodista Miguel Ángel Granados Chapa comentó en su momento la versión de la fuga de El Chapo del penal de Puente Grande que Anabel Hernández atribuye a lo que el propio capo contó a sus cercanos, e incluso a negociadores enviados por la Presidencia de la República. Ante tal vaguedad, Granados Chapa anotó ‘Pueden los lectores del libro confiar en lo dicho por la investigadora o no’. Y Lajous completa: ‘Pese a simpatizar con el argumento, Granados Chapa no se atrevió a tomar como propia la descripción detallada que da Hernández sobre cómo supuestamente salió El Chapo Guzmán del penal de Puente Grande’. Son finalmente los hechos recientes los que refutan el trabajo de Anabel Hernández y Osorno: el supuesto imperio del Chapo se colapsó de un modo inesperado…Luego de un largo período como el más afamado prófugo de la justicia internacional, El Chapo fue detenido por segunda vez el 22 de febrero de 2014…Su espectacular fuga el 11 de julio de 2015 mediante ese increíble túnel…fue para muchos la confirmación de su inconmensurable poder. Pero su tercera y definitiva captura el 8 de enero de 2016 estuvo enmarcada, como sabemos, por una humillante entrevista con el actor estadounidense Sean Penn y la actriz mexicana Kate del Castillo en la revista Rolling Stone y un inapelable proceso de extradición hacia Estados Unidos. Del imperio del Chapo sólo quedan las crónicas periodísticas”.
Entre estas fuentes oficiales que alimentan las crónicas periodísticas de Anabel no sólo se identifican a funcionarios del gobierno mexicano sino también a la DEA, ese siniestro organismo estadounidense cuya participación en actividades cuestionables tanto en nuestro país como en todo el mundo ha sido objeto de investigación. Si a alguien le ha convenido la perpetuación de la guerra contra el narcotráfico es a esta dependencia. De ahí es donde ha obtenido presupuesto, influencia y poder, al igual que todos los periodistas y escritores que encontraron en el asunto una veta riquísima que explotar para fines de su labor profesional.
Al contrastar las investigaciones de Anabel con otros autores menos difundidos, pero más acuciosos en su análisis y mucho menos dependientes de las fuentes oficiales tanto estadounidenses como mexicanas, llama la atención el hecho de que la periodista pasa por alto o menciona de manera muy somera a un poder fáctico distinto del narcotráfico, pero que constituye un elemento primordial en todo el entramado de la realidad imperante: el poder económico empresarial. Su enfoque casi absoluto en los políticos y los narcotraficantes enmascara las jugosas ganancias que los grandes intereses corporativos han obtenido gracias al caos generado por la guerra contra el narco y a la protección de sus cotos de poder por parte del Estado y por los mismos miembros del crimen organizado. Esto se confirma incluso en uno de sus libros (investigación que fue financiada por una universidad de EEUU y que, a diferencia de sus otros trabajos, se refiere a un acontecimiento del sexenio de Peña Nieto): La verdadera noche de Iguala. Aquí también son el ejército -como parte del Estado- y los narcos los protagonistas. Una vez más se omiten u ocultan, con la parafernalia de los “omnipotentes” capos, los múltiples y sugestivos vínculos que hallaron otros periodistas, como Francisco Cruz en su libro La guerra que nos ocultan, y que conducen a los actores principales que en el mundo capitalista y, sobre todo, en su etapa neoliberal, son los que mueven los hilos de políticos y de hampones a fin de mantener y expandir su riqueza.
En 2012, durante una conferencia impartida en Hermosillo, Sonora, Anabel, ante pregunta expresa, declaró: «Yo he seguido los rumores de las fortunas, de los enriquecimientos de Andrés Manuel López Obrador… pero sí puedo afirmar que yo, que presumo de ser una periodista experta en investigar temas de corrupción, que le encontré las toallas a Fox, que le encontré los contratos a Manuel Bribiesca Sahagún, que exhibí a Juan Camilo Mouriño, que le encontré las propiedades al secretario de Seguridad Pública Federal (Genaro García Luna) y una mansión que se supone nadie debería saber dónde vive… les puedo decir que Andrés Manuel López Obrador… yo Anabel Hernández, no he encontrado nada que tenga que ver con ese enriquecimiento ilícito del que se quería acusar, como generar el rumor para desprestigiarlo. Yo no he encontrado eso. Por el contrario, he encontrado testimonios de gente que lo conoce, de gente que está en su cotidianidad, o sea, no de amigos lambiscones o de qué se yo… incluso un empresario de Monterrey me comentó que nunca había visto un hombre que viviera con tanta sencillez».
En esa fecha, tuvieron lugar las elecciones en las que por segunda vez participó AMLO y que, como ya sabemos, culminaron con la compra de la presidencia para Peña Nieto por parte de esos poderes fácticos casi siempre ausentes de la obra de la periodista. Casi nadie esperaba que el tabasqueño pudiera recuperarse de esta nueva derrota inducida por los dueños de México. Pero, en 2018, contra todos los pronósticos, triunfó en su tercer intento por convertirse en presidente de México. Y su victoria fue contundente. Una de las más legítimas y legales en la historia.
En esta nueva e inesperada realidad cambiaron muchas cosas. Algunas de ellas han sido la narrativa sobre la guerra contra las drogas, las relaciones del gobierno con la DEA y las labores del ejército con un nuevo comandante supremo al mando.
Y esto desencadenó un problema para Anabel: la realidad que percibimos y las fuentes oficiales ya no son sus aliadas si pretende escribir los libros de siempre o realizar investigaciones periodísticas siguiendo los mismos hilos de antaño. Los costosísimos derroches en viajes, fiestas, propiedades inmobiliarias o toallas por parte del presidente y su familia ya no existen; las maniobras y contratos para saquear Pemex y otras empresas del Estado han desaparecido; las violaciones y asesinatos de ancianas o estudiantes por parte del Ejército o las matanzas cotidianas en retenes policíacos o militares ya no tienen lugar; los soldados están dedicados principalmente a distribuir vacunas o construir aeropuertos; la denuncia de conductas indebidas por parte de los integrantes de la Guardia Nacional son escuchadas y de inmediato son separados de su cargo y sometidos a la autoridad correspondiente. En suma, Anabel ya no encuentra eco en la realidad y sus relatos no provocan el impacto anterior.
El prestigio ganado con sus libros la han convertido en participante asidua de diversos medios de comunicación, en mesas de análisis de televisión y radio y en columnas periodísticas. Casualmente también requieren su presencia los medios que ahora si difunden cualquier ataque o crítica contra el mandatario al que aborrece ese poder fáctico (al cual casi nunca molestó Anabel) porque ya no está protegiendo sus intereses como lo hacían los presidentes pripanistas. Otro indicio más de que la realidad ya no es lo que era para la periodista: no tiene que esconderse ni ocultar sus opiniones y puede insultar y difamar al presidente en turno sin temor alguno. Por eso cuando compara a AMLO con Pinochet o exige frenéticamente que el gobierno actúe con base en los dichos de sus libros – presumiendo con soberbia que no sólo poseen el máximo rigor periodístico sino que incluso, sin denuncia formal además de análisis y corroboración por parte de las autoridades correspondientes, están dotados del rigor jurídico indispensable para procesar y encarcelar – sólo en los opositores más recalcitrantes e irreflexivos del presidente (y quizá ni en ellos) puede encontrar aplauso y coincidencia.
¿Qué le queda a Anabel? Lo mismo que a gente como Aristegui (cuyo caso ya traté hace un tiempo en Aristegui, esa discreta marca, columna escrita para otro medio https://sinlineamx.com/aristegui-esa-discreta-marca/): tal vez dedicarse a realizar investigaciones más cuidadosas, penetrantes y acordes con esta nueva realidad política donde considere todos los ángulos y a todos los actores. El oficio no le falta. El entorno le es propicio. Pero tal vez no sabe, no quiere, no le interesa o ya la cooptaron. O las cuatro anteriores.