"Democracia plurinominal" (Revista Proceso, 1 de
octubre, 2017)
John M. Ackerman
Sin diputados plurinominales ni financiamiento público para
los partidos políticos, el PRI recuperaría su antigua posición como el partido
hegemónico de Estado que por sí solo podía aprobar cualquier ley, así como
dictar unilateralmente la política nacional desde la Presidencia de la
República.
Estas iniciativas no apuntan hacia la liberación ciudadana,
sino hacia una esclavitud aún mayor a los mismos políticos corruptos de
siempre; las propone el PRI porque le conviene. Quienes quieren expulsar del
poder a la vieja clase política deben abrir bien los ojos para evitar ser
engañados por estos viejos lobos colmilludos disfrazados de tiernas ovejitas.
Hace 15 días en estas mismas páginas advertimos sobre los
peligros de la eliminación del financiamiento público para los partidos
políticos (véase: http://ow.ly/q4NV30ft78k). En esta ocasión analizamos la
propuesta igualmente engañosa de eliminar la representación proporcional en el
Congreso de la Unión.
Hoy la Cámara de Diputados tiene 300 diputados uninominales
por distrito y 200 plurinominales por circunscripción. Esta distribución es
similar a la que existe en otros países, como Alemania, que buscan establecer
un sano equilibrio entre la representación territorial, por un lado, y la
fidelidad a la pluralidad social y política del país, por el otro.
Tanto los diputados “pluris” como los “unis” son electos por
la ciudadanía. La diferencia esencial entre los dos tipos de representantes es
que la votación que se toma en cuenta para calcular los ganadores de los primeros
no se limita a un solo distrito electoral, sino que incluye un conjunto, a una
“pluralidad” de los mismos.
Los sistemas que no cuentan con representación proporcional
desperdician una enorme cantidad de votos. Por ejemplo, si en un distrito el
candidato ganador recibe 35% de la votación y los otros contendientes reciben
30%, 25% y 10% cada uno, los únicos votos realmente válidos, con fuerza para
determinar quiénes ocuparán curules en la Cámara de Diputados, serán los
emitidos a favor del ganador. Los sufragios de 65% de los ciudadanos que
votaron en contra del candidato ganador en el distrito correspondiente se
quedan sin impacto o influencia alguna.
Pero en sistemas con representación proporcional todos los
votos a favor de candidatos perdedores al nivel distrital encuentran una
segunda salida al ser tomados en cuenta a la hora del reparto de los diputados
plurinominales. De esta manera se evita la exclusión de la voz de millones de
ciudadanos.
En las más recientes elecciones para la Cámara de Diputados,
las de 2015, el PRI recibió sólo 31% de la votación. Con el sistema mixto
actual, el PRI controla hoy 41% de los curules, una sobrerrepresentación de
10%. Pero si no existieran diputados plurinominales, la situación sería aún
peor. Por sí solo el PRI ocuparía 53% de los escaños en San Lázaro, 22% mayor a
su fuerza real con respecto a la votación popular. Más claro ni el agua.
Para acabar completamente con el problema de la
sobrerrepresentación, la vía no sería la eliminación de los legisladores
plurinominales, sino todo lo contrario: la eliminación de los uninominales, o
de distrito, para quedarnos únicamente con representantes electos con criterios
de estricta proporcionalidad.
La enorme hipocresía del PRI queda manifiesta cuando
observamos su posición en la Ciudad de México, donde el partido es minoritario,
de oposición, que incluso abogó a favor de un aumento significativo, no una
reducción, en la cantidad de diputados plurinominales. De acuerdo con la nueva
Constitución de la Ciudad de México, a partir de 2018 el Congreso local ya no
tendrá 40 de mayoría y 26 plurinominales, sino 33 por cada concepto.
Ahora bien, es cierto que el Congreso de la Unión ha dado la
espalda a la población. A partir del “Pacto por México”, los integrantes de las
bancadas del PRI, PAN, PRD, PVEM y Panal se han convertido en simples
levantadedos que no hacen otra cosa que avalar los pactos cupulares acordados
entre los líderes partidistas y el presidente Enrique Peña Nieto.
Pero la eliminación de los plurinominales solamente
agravaría el problema, ya que reduciría aún más la fuerza de la oposición en el
Poder Legislativo. Con ello habría aún menos rendición de cuentas o
transparencia en la discusión y la aprobación de las leyes, así como una
reducción en la capacidad fiscalizadora y de control del Poder Legislativo
sobre el Ejecutivo.
En lugar de reducir la cantidad de plurinominales al nivel
federal, habría que “abrir” las listas de candidatos para que, a la hora de
votar, los ciudadanos puedan expresar su opinión a favor o en contra de los
nombres incluidos por cada uno de los partidos en sus listas de candidatos
“pluris” que se encuentran en la parte trasera de la boleta electoral. Así
quitaríamos el control de los partidos sobre el orden de los candidatos en las
listas y evitaríamos que fueran electos candidatos impresentables por esta vía,
como suele pasar en la actualidad.
Otra propuesta en el mismo sentido, y aún más fácil de
implementar, sería distribuir los lugares plurinominales entre los candidatos
uninominales que no hayan ganado sus distritos electorales, y en estricto orden
de prelación de acuerdo con la cantidad de votos que reciban. De esta manera,
absolutamente nadie ocuparía una curul en el Congreso sin haber hecho campaña
activamente y dialogado con el electorado.
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